Libro
'Amor Delivery' Sexo y amor en
la era del consumo
de
Jazmín Gulí, Editorial Aguilar.
Prólogo
que no fue publicado:
Eduardo Espina, poeta y filósofo uruguayo, contemporáneo.
Reside en Estados Unidos.
Es el prólogo que me regaló para el libro que en su título
original en vez de “consumo” decía “zapping”.
Gracias Eduardo por este gran regalo que me hiciste. Ya que no se llegó
a publicar como prólogo del libro, lo comparto aquí con
todos los visitantes.
PROLOGO
BIOGRAFIA DESAUTORIZADA DEL AMOR
Ha dicho
René Char: “El poema es el amor realizado
del deseo permanecido deseo”. Y la vida, cuando amor y deseo
devienen al unísono posibles, cómplices uno del otro,
¿es, qué? Una vez realizada la epifanía debería
cambiar de nombre, conseguir un apodo, en lugar de ser llamada simplemente
“vida”. Sin embargo, su nombre como tal permanece,
pero olvidamos que existe.
Nos olvidamos de que la vida existe, aunque no de vivir. Aceptamos gustosos
el trueque. El mundo desaparece, los nombres desaparecen, las apariencias
desaparecen: sólo queda lo desaparecido. Ante su inefable presencia
declaramos un estado de bienestar absoluto que no obliga a ser comprendido
a ultranza, porque hay algo más allá del acoso y del fisgoneo
de las palabras que impide definir esa otra experiencia, tributaria
solo de sí misma. De ella, pues, de la vida del amor, ¿cómo
hablar y situarla bajo la duda de la perspectiva sin hacerla significado
al alcance, ni coartada de la interpretación?
Evitando
dar una respuesta definitiva al asunto, pues sería un error imperdonable,
el libro que el lector tiene ahora en su manos entra a esa zona augural
en estado de lúcida interrogación para mirar los interludios
del amor en sus distracciones principales y ver –sin verificar,
porque es innecesario- hasta dónde lo imposible agazapado en
los sentimientos consigue sustraerse a la experiencia humana. ¿Podrá?
A partir de una metáfora límite que antecede a la realidad,
Laura Jazmín Gulí articula un plan hasta entonces
abandonado y restituye el prestigio a los actos de mayor plenitud de
la vida, a través de los cuales pasado y futuro, memoria y deseo,
nostalgia y anhelo, construyen el mismo itinerante presente, el más
válido de todos por ser el único que tenemos.
El establecimiento
de esta certeza, es decir, la creencia de que podemos acceder a todas
las dimensiones del amor, comienza apenas situamos al prójimo.
Lo vemos en su desenlace, lo caracterizamos, le damos nombre, hasta
apellido, imaginamos su perfume, su pasado, su signo astrológico,
lo convertimos en etcétera, y hasta llegamos a creer que sabemos
quién es. ¿Es? ¿Lo es siempre, y siempre él
mismo? ¿O todo hablar del, sobre el, amor no es sino la mínima
respuesta a una ficción que la mente encuentra entretenida, confiable,
absolutamente complacida en su laberinto con tan poco de real y tanto
de surplus emotivo?
Responderá
el libro en las próximas páginas: es todo eso que somos
durante unas cuantas horas al día. Y somos asimismo: un desempeño
de la personalidad, una conversación configurada en imagen, una
idealización reconocible ante el espejo de la persona. Sí,
podemos amar todo eso. Podemos alcanzar la “mismidad”,
tal como Enrique Paunero definió a ese estado
compensatorio de lo real. Ergo, amar todo cuando desconocemos y queremos
aprender de memoria. Por eso necesitamos ver: para maquillar en el paisaje
de los ojos nuestra constante ignorancia. Este volumen, impecablemente
bien escrito, implacable, suspende el habla para decir y dejar que el
amor entonces lo diga con sus propias palabras. Es pues una reflexión
sobre aquello que está en juego, que en el lenguaje del amor,
en la jerga de sus encantos y espejismos idílicos, puede ser
todo, nunca casi, o la causa de la nada menos objetiva.
Amor delivery
(el amor y el sexo en los tiempos del zapping) es un libro propicio,
exacto diría, para estos días post-new age, cuando corre
peligro el deleite amoroso (nuestro penúltimo placer laico) y
su intercesión como dador de bienestares está puesta en
tela de juicio. Sus reflexiones advierten: el amor es el lugar diferente
del disfrute, la salida menos deportiva hacia un interior que será
mucho mejor querido si la compañía es diádica,
presente en distintos aspectos de la vida cotidiana, libre ya de cualquier
trifulca narcisista. La dialéctica perfecta aplicada a una sublime
simpleza: yo hablo y tú me entiendes, eso es el amor. Aquello
que en nosotros está en medio.
En tanto
proyecto cumplido, la conversión persuasiva de ese lenguaje de
habla y escucha lleva a un resultado y este sucesivamente a otro, a
la construcción de un proceso hacia delante, hacia una complejidad
necesaria que acepta todas las diferencias, incluso una metamorfosis
metafísica que tiene de todo menos de espontaneidad y de consecuencias
esperadas. Escribir sobre el amor implica interrogar a los datos inesperados
de la imaginación, hacer manifiestas las apariencias de su actividad
para demostrar, en la medida de lo imposible, su existencia.
Y si existe, entonces puede ser real. Tal vez la realización
de ese aliciente que nunca cansa coincida con la sabia advertencia de
Píndaro: “Llega a ser el que eres”. Esto
es, el narcisismo aplicado a una inseparable utilidad.
Poniéndose
a salvo del papel de intermediaria, esta biografía desautorizada
del amor es, según diría Wittgentestin, "un gesto
que acompaña una vasta estructura de acciones imposibles de ser
expresadas por un solo juicio". Las distracciones a las que
presta atención impiden perderse lo mejor, por lo que se transforma
en reservorio de sentimientos hallados azarosamente a su paso, ante
los cuales se detiene y reflexiona, como un sueño que empezamos
a contar justo en el momento en que despertamos.
Resulta
por lo tanto recomendable no hacer caso omiso a las palabras que quieren
expandir la historia de nuestra persona. Conviene, además, reconocer
la constancia de estas por intentar convertir las transformaciones en
salvíficos desastres. Oigo a Luis de Góngora
diciendo con razón (del corazón): "Amor está,
de su veneno armado". En este aspecto, el libro (recordar
su decisivo subtítulo: el amor
y el sexo en los tiempos del zapping) presenta evidencias llamadas a
nunca concluir. Estipula una renovación reordenada del desorden
amoroso sin el cual la vida no es más que lema fijo, espontaneidad
bajo control, intermediaria entristecida por sus bullicios.
A partir
de las ruinas en construcción de la existencia, el amor, un padecimiento
a domicilio, puede ser activado, entendido en donde reside. Le ha tocado
situarse debajo de una neutralidad abolida que enaltece la supervivencia.
Una vez que accede a dicha instancia (la de la dicha también),
la vida se convierte en el gratificante intervalo donde el ser puede
estar. Interviene para decir que el amor es esa puerta que se abre cuando
nadie está pronto. Quién entra, quién sale. ¿Hay
entrada, hay salida?
La parábola sufí aporta una perspectiva:
Golpean
a la puerta. Alguien dentro pregunta.
-¿Quién
es?
-Soy yo,
responden.
-Hasta
que no digas “soy tú” no entrarás.
Recuerdo
aquí otra historia, la que cuenta Thomas Bailey Aldrich
(1836-1907): “Una mujer está sentada sola
en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los
otros seres han muerto. Golpean a la puerta”. La pregunta
acerca de la puerta a punto de abrirse o cerrarse (y que obliga a repetir
el procedimiento la mayor cantidad de veces) guía la reflexión
de este tan necesario libro. Amor/enamoramiento, abrir/cerrar, unión/disolución
(aunque pueden venir unidos, como en la parábola sufí),
son temas ineludibles de los cuales hoy más que nunca corresponde
hablar. La autora maneja la precisión de la observación
analítica de igual forma que Mallarmé introducía
el silencio en la página en blanco. Al sesgo se pregunta, cómo
hablar de cuanto está callado sin tener que decirlo. ¿Abrir
igual la puerta aunque se sepa que no hay nadie, y sin embargo golpean?
Gulí
sortea estas paradojas con la misma seguridad con que la tortuga de
Zenón de Elea cruzaba la meta tras ganarle por varios cuerpos
a la velocidad. Con la seducción de las palabras precisas, sobre
todo cuando están enamoradas (o se hacen), la autora dilucida
el sensato juego de la experiencia humana por querer saber en qué
otra parte de uno mismo puede ser posible una vida mejor. Llega a ese
punto, que es de partida, convencida de que las posibilidades de dilucidación
son siempre distintas (por eso deja el capítulo final para la
autorreflexión o campo de ayuda superior) y que lo imperfecto
bienintencionado en ocasiones puede estar, sí, acertado.
En este
aspecto, Amor delivery, antídoto para la era inane y muda de
los video-juegos y del deseo televisado, puede leerse como un moroso
y amoroso autorretrato, en el cual la propuesta de desciframiento del
yo enamorado actúa a la manera de mirada panóptica dirigida
a todos los confines de su actuación, incluso aquellos que no
permiten verse con los ojos sino sólo (y sólo por un rato)
por las palabras. La mirada del lenguaje fisgonea (no juzga pero aprovecha
la oportunidad), exalta, se calma, regresa, cuestiona, se llena de ansias,
retrocede, recuerda, avanza, ve la próxima frase; hace pensar
en el poema “12” de Oliverio Girondo: “Se
miran, se presienten, se desean, se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean, se penetran, se chupan, se desnudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan […], se asesinan, resucitan,
se buscan, se refriegan, se rehúyen, se evaden y se entregan”.
Obnubilada
por las interrogantes que le salen al paso, la mirada aprende a quedarse
inquieta, y de ahí en más sigue de largo, porque el periplo
hacia lo que todavía tiene sentido existe como demostración
incompleta que debe reiniciarse ad infinitud. El satori queda a la vuelta
de la esquina, pero dónde está la esquina. ¿Existe?
Y si no, ¿en qué momento comenzará a existir? ¿Debemos
por obligación inventarla? Los hermanos Marx han dado una respuesta
al respecto:
-Oye,
en la casa de al lado hay un tesoro.
-Pero, si al lado no hay ninguna casa.
-Está bien, entonces ¡construyamos una!
Amor
delivery también sugiere (y verán enseguida que
sus resonancias permanecen incluso después de terminada la lectura):
debemos encarar el problema de la construcción del ser, gozoso
pero problema al fin, con similar entusiasmo marxista (la imaginación
al poder para que el amor pueda) y alterar el orden de los factores
porque el tesoro sigue esperando ser construido por el lenguaje, imaginado
(el corazón interviene aunque no lo inviten), y por un saber
inefable carente de método, aunque entusiasmado por el porvenir
que lo nombra y lo motiva a continuar interrogando. Dicho de otro modo,
tal como tan bien lo dice este libro, es el entusiasmo el gran artífice
de las bellas arquitecturas afectivas, siendo asimismo la mejor decisión
ante lo desconocido que busca igualmente ser amado.
La vida
enfrenta una disyuntiva esencial: amar o sí, y ser o no ser diferente,
pero únicamente una vez aceptada esa exclusiva condición
bajo la cual el ser puede estar solo (y completo), aunque también
de otra forma surgida a la manera de esclarecimiento intencionalmente
en penumbras. Una interrogación en proceso. Precisamente, la
inteligente perspectiva que toma Gulí en su análisis le
permite actualizar la eterna ojeada que el ser humano ha realizado sobre
el amor desde que el pensamiento se propuso conocerlo un poco mejor.
Instala al lector en una conversación en desarrollo, la cual
retoma lo iniciado por Platón en El banquete y Fedro (el discurso
de Lisias sobre el enamoramiento debe verse como referente), y continuado
luego por Plotino, Epicuro, Marsilio Ficino y Pico della Mirandola.
Amparada
en la interpretación de los usos y sedimentos que deja (sin dejarse
ver) el amor, la autora establece el predominio de una intensa y cómplice
observación a distancia, aunque desde muy dentro, pues una vez
abandonadas las imposturas y dogmatismos del terapeuta, recién
después de ese vaciamiento, la verdad de lo real/irreal amoroso
deviene lo próximo por conocer del prójimo. Por lo tanto,
a la reflexión sobre el amor se llega, lo mismo que a este en
su plenitud, por abandono de las causas, no por acosar con respuestas
al anónimo origen del mismo. En ese escamoteo de toda síntesis
didáctica y aleatoria, en esa experiencia sin confinar, rumbo
al lenguaje antes o después de su ausencia, es que la exigencia
de cuestionamiento planteada por Gulí adquiere validez absoluta,
esto es, su sentido de presencia mejor que nunca demostrada.
Digo en
un poema de hace mucho (La caza nupcial, 1992): “Salían
del amor, ilesos”. De Amor delivery, afortunadamente, nadie
saldrá ileso. En esta obra de reflexión ‘fuera
del discurso’, Gulí ha hecho un trabajo notable (y
perdón por recurrir a este adjetivo tan mal usado por los cronistas
de fútbol), pues ha tenido el tino de encarar el asunto a través
de alguien más que puede ser cualquiera de nosotros y que en
este caso es la propia autora coincidiendo consigo misma. El yo enamorado,
re-animado (un alma lo visita), y por lo tanto actualizado a partir
del advenimiento de sus emociones primordiales, es lo que “realmente”
ocurre. Un periplo hacia la vida plena. Al final, la puerta se
abre y alguien entra: no necesitó golpear para poder reconocerse.
Sería recomendable imitar en nuestras vidas diarias tal procedimiento,
y entrar. Aún tenemos esa posibilidad a disposición.